YA EN LA SALA BLANCA...Pura Banalidad
De improviso nació pura
en limítrofe barrial
en esa extinta espesura
aneja a la capital.
Purita nació en su cama
su lecho fue su hospital,
sin el apoyo de un ama,
ni asistencia paternal,
tan grande era su belleza
digna de diosa o vestal
que haría perder la cabeza
al más inerte chaval.
Hizo un guiño la campana
de la iglesia parroquial
de estructura provinciana
sin visos de catedral,
a San Judas consagrada
en reunión patriarcal,
la dieron por bautizada
de forma tradicional,
con agua sobre su pelo
en la pila bautismal
enredada con el velo
de su mamá natural.
Así hilvanó su vida
en el orbe vecinal
antes de su despedida
a lugar más especial,
tras algunos escarceos,
en índole sexual
recompuso sus deseos
su entrepierna de cristal.
Sumida en banalidad
maquinó bien la partida
a la aledaña ciudad
a la que entró en estampida.
Justo ahí la conocí
finiquitada su huida,
ociosa hasta el frenesí,
atrevida y divertida.
Sin dejar de ser banal
se me entregó sin medida
en un invierno brutal
excitante y homicida.
Detrás de sus dos ojazos
temple mi alma aterida
mientras besaba sus pasos
en justa contrapartida.
Más de tanto ir tras de ella,
de su piel de poliamida,
se perdió mi buena estrella
hasta darse por vencida.
Como nada hay que es eterno
lo nuestro se terminó,
“andé” desasosegado
pero anduve y se acabó,
y aunque vivo consolado
por dama joven de edad
no puedo olvidar los besos
de Pura Banalidad.
Juan E. Uceda
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Pura Banalidad
YA EN LA SALA BLANCA...Pura Banalidad
De improviso nació pura
en limítrofe barrial
en esa extinta espesura
aneja a la capital.
Purita nació en su cama
su lecho fue su hospital,
sin el apoyo de un ama,
ni asistencia paternal,
tan grande era su belleza
digna de diosa o vestal
que haría perder la cabeza
al más inerte chaval.
Hizo un guiño la campana
de la iglesia parroquial
de estructura provinciana
sin visos de catedral,
a San Judas consagrada
en reunión patriarcal,
la dieron por bautizada
de forma tradicional,
con agua sobre su pelo
en la pila bautismal
enredada con el velo
de su mamá natural.
Así hilvanó su vida
en el orbe vecinal
antes de su despedida
a lugar más especial,
tras algunos escarceos,
en índole sexual
recompuso sus deseos
su entrepierna de cristal.
Sumida en banalidad
maquinó bien la partida
a la aledaña ciudad
a la que entró en estampida.
Justo ahí la conocí
finiquitada su huida,
ociosa hasta el frenesí,
atrevida y divertida.
Sin dejar de ser banal
se me entregó sin medida
en un invierno brutal
excitante y homicida.
Detrás de sus dos ojazos
temple mi alma aterida
mientras besaba sus pasos
en justa contrapartida.
Más de tanto ir tras de ella,
de su piel de poliamida,
se perdió mi buena estrella
hasta darse por vencida.
Como nada hay que es eterno
lo nuestro se terminó,
“andé” desasosegado
pero anduve y se acabó,
y aunque vivo consolado
por dama joven de edad
no puedo olvidar los besos
de Pura Banalidad.
Juan E. Uceda